17 noviembre 2012

ENTENDIMIENTO ESPIRITUAL; UNA MENTE ESPIRITUAL


  INVITADO ESPECIAL
EL PRÍNCIPE DE LOS PREDICADORES
                           1834-1892
"Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír." Deuteronomio 29: 4.

Resumen del sermón predicado por:
Charles Haddon Spurgeon
¡Entendimiento, vista, oído! Cuán maravillosas son estas cosas. Si pudiésemos existir sin ellas, qué desdichada sería nuestra condición. El mundo exterior sería desconocido para nosotros, si las puertas de los sentidos estuvieran cerradas. El alma perecería de hambre, como le sucedió a Samaria cuando fue bien cerrada y nadie entraba ni salía. La pérdida de la vista o del oído crea entre nosotros un gran número de sufridores que merecen nuestra simpatía, pero ¿qué llanto bastaría para aquellas personas -si existiese en verdad ese tipo de personas- que no tuvieran físicamente un corazón para percibir, ni ojos para ver, ni oídos para oír? 
LA HUMANIDAD DE HOY

Ahora transfieran sus pensamientos, desde esos sentidos externos, por medio de los cuales nos volvemos conscientes del mundo externo, hacia aquellos sentidos espirituales, a través de los cuales percibimos el mundo espiritual, el reino de los cielos, el Señor de ese reino y todos los poderes del mundo venidero.
Hay un corazón que debiera ser tierno, que nos permitiría percibir la presencia de Dios y sentir Sus operaciones, e incluso contemplar al Señor mismo, según está escrito, "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." Hay un ojo espiritual, por medio del cual son discernidas las cosas espirituales. Bienaventurados son aquellos, a quienes el Señor les ha concedido ver aquellas cosas de Su reino que, para quienes no son regenerados, permanecen ocultas en parábolas. Hay un oído espiritual por medio del cual oímos los apacibles susurros del Espíritu, que frecuentemente nos visitan internamente, sin la intermediación de los sonidos que pudieran afectar al oído. Bienaventurados son aquellos que tienen el oído que el Señor ha purificado, y ha limpiado y ha abierto de forma que escucha el llamado divino.

Pero no hay bienaventuranza en el caso de hombres desprovistos de sensibilidad espiritual, de vista y de oído. La suya es una condición miserable. Justo lo que el ciego, y el sordo, y el hombre que está desprovisto de sentimiento son en el mundo exterior, eso son muchos hombres en cuanto al mundo espiritual.  Este es un caso muy, muy funesto; pero, tal vez, su aspecto más lamentable sea que las personas que están así desprovistas de los sentidos espirituales por medio de los cuales pudieran conversar con el mejor y más excelso mundo, no están conscientes de su incapacidad, o, si estuvieran parcialmente conscientes de ella, parecerían estar estúpidamente contentos de permanecer siendo lo que son. El hombre naturalmente ciego querría ver si pudiera; pero, ¿qué diré de aquellos cuya incapacidad para ver espiritualmente es obstinada, y está ubicada principalmente en su voluntad, más que en cualquier otra parte? El hombre que no puede oír la voz de su semejante, se regocijaría grandemente si las puertas del sonido se abrieran alguna vez para él; pero no hay nadie tan sordo como aquellos que no quieren oír, cuya sordera es moral, cuya incapacidad de oír la voz de Dios radica en este hecho: que deliberadamente cierran sus oídos a la voz de la santa exhortación. Están lo suficientemente listos para oír los cantos de sirena de la tentación, e inclinan un oído dispuesto al sutil engaño de la serpiente, pero no quieren poner atención a la tierna y amorosa sabiduría del buen Pastor. Están prestos a oír el mal, pero son sordos para lo bueno. Esta es la parte triste de todo esto: son ciegos, y no quieren ver; son sordos, y no desean oír. Nuestro poeta dice:
                "Cuán indefensa yace la culpable naturaleza, Inconsciente de su carga."
En esta inconsciencia radica el corazón del mal. El hombre impotente está inconsciente de su propia impotencia. Debido a que afirman: "Nosotros vemos", su pecado permanece. Si fueran ciegos y lo supieran, sería otra cosa, y, entonces, serían visibles algunos signos de esperanza; pero ser ciegos y, sin embargo, jactarse de poseer una vista superior y ridiculizar a aquellos que ven, es la lamentable condición de no pocas personas. No quieren agradecernos por nuestra piedad, a pesar de que la necesitan mucho. Tienen ojos, mas no ven, y, sin embargo, se glorían de su capacidad de visión.
CEGUERA ESPIRITUAL
Multitudes en derredor nuestro están en esta condición. Cuando el profeta dice: "Sacad al pueblo ciego que tiene ojos", sólo podríamos preguntarnos dónde los pondríamos a todos si estuvieran dispuestos a reunirse en un solo lugar.
"Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír." Moisés no excusa, pero, sin embargo, reprende suavemente. No habla con la áspera severidad de Isaías cuando clamó en el nombre del Señor: 9. Y El dijo: "Ve, y dile a este pueblo: 'Escuchen bien, pero no entiendan; Miren bien, pero no comprendan.' 10. Haz insensible el corazón de este pueblo, Endurece sus oídos, Y nubla sus ojos, No sea que vea con sus ojos, Y oiga con sus oídos, Y entienda con su corazón, Y se arrepienta y sea curado." Isaias 6:9-10. Y qué lamentable espectáculo es el hombre educado de este mundo que es instruido en toda la sabiduría de los antiguos, y versado en toda la ciencia de los modernos; el que ha espiado en las cámaras secretas del conocimiento, y ha observado la habilidad del Eterno en los cielos estrellados y en la vida microscópica; y, sin embargo, a pesar de todos sus logros, no tiene ningún conocimiento de su Hacedor, y no quiere aceptar la evidencia de Su presencia. Cuán triste es que tengamos que decir a esas personas: "Sí, tú conoces todos los hechos, y, sin embargo, no puedes ver bajo su superficie; permites que el prejuicio ciegue tus ojos a la sencilla enseñanza de la creación y de la Providencia. Caminas a lo largo del estudio y admiras los cuadros, y niegas la existencia del artista, mientas que si fueses íntegro, creerías en el artista por sus obras, y luego procederías a descifrar su carácter a partir de ellas. "Ay, hasta hoy no tienes un corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír." Bien habló el apóstol cuando dijo: "Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos." A menudo aquellos que saben más sobre lo secular, saben menos de lo sagrado. Ojos que parecieran ver como si atravesasen las rocas, y leyeran los misterios de la prístina noche, resultan ser meros globos oculares en cuanto a las cosas divinas. Sin embargo, no lo saben, y ni siquiera adivinan su necedad. Cuán triste es que haya tantas personas que son rápidas en el razonamiento e inclinadas a la invención, pero que no puedan ver que lo visible argumenta a favor de un Creador invisible, y que los arreglos providenciales demuestran que un Grandioso Padre está sobre todo. Veamos un ejemplo palpable en la vida del escritor y periodista británico-estadounidense Christopher Hitchens: Nacido en Portsmouth (sur de Inglaterra) el 13 de abril de 1949, que hizo del ateísmo una forma de vida con libros como "Dios no existe" y "Dios no es bueno", falleció en Houston (EEUU) de un cáncer a los 62 años.  Hitchens procedía de una familia modesta interesada en la educación, a tal punto que su madre decidió ingresarlo en un colegio privado para que diera el salto a la alta sociedad británica. Así, Hitchens estudió Filosofía, Ciencias Políticas y Economía en el Balliol College de Oxford, y se mezcló en el ambiente intelectual y la izquierda radical de la Inglaterra de los 70.

Christopher Hitchens
Hitchens es visto hoy como uno de los intelectuales más influyentes de los últimos treinta años por sus críticas contra Henry Kissinger o la Madre Teresa, a la que consideraba una proselitista de una versión retrógrada del catolicismo.

Mis queridos lectores, sean honestos con ustedes mismos y respondan. Nacidos de padres piadosos, seleccionados para ser cuidadosamente instruidos en las cosas de Dios, asisten a un fiel ministerio desde su juventud hasta ahora, leen su Biblia, y son completamente versados en sus contenidos, y, sin embargo, después de todo, no tienen ningún sentimiento piadoso ni entendimiento de gracia. Lamento que tengan tales privilegios, y, sin embargo, permanezcan siendo extraños en cuanto a la salvación. ¿Será así para siempre? ¿Se dirá siempre de ustedes: "Hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír"? Nos vamos a apresurar ahora para pasar unos cuantos minutos en un descenso a una profundidad todavía mayor. Debemos notar LAS LAMENTABLES RAZONES PARA TODO ESTO. Las razones de su incapacidad para ver y entender, radican, primero, en el hecho de que este pueblo no creyó nunca en su propia ceguera. No tenían un corazón para entender, y no percibían su ausencia de entendimiento: no tenían ojos con los que pudieran detectar su propia cortedad de visión. Eran tan necios como para idolatrar su propia sabiduría, tan pobres como para pensar que eran más listos que su Dios, y así se sentaban a juzgar Su providencia, y calificaban la provisión de Su sabiduría como "pan muy liviano". 

En el caso de Israel había un claro rechazo a ser bendecido: "Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí." No había una oración pidiendo la bendición celestial, sino más bien había una aversión a ella. "No tenéis lo que deseáis, porque no pedís." "No saben, no entienden, andan en tinieblas." Con justicia son dejados en las tinieblas aquellos que no le piden a Dios que les dé luz, o que abra sus ojos. ¿No es este el caso de algunos de ustedes? Oh, mis lectores, he de ser claro y personal con ustedes: ¿no es cierto que algunos de ustedes permanecen sin oración, sin Cristo y sin gracia? ¿Qué será de ustedes? Su caso ha de lamentarse más porque ustedes no tienen excusa. Oh, pecadores que no aman a Dios, ¿acaso no es porque ustedes aman lo que es malo? Oh, ustedes que nunca le ven ni le buscan, ¿no ha de ser encontrada la causa de su ceguera en su amor al pecado? "Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz." ¿Qué habrán de responder por esta obstinación suya, por esta desesperada inclinación de sus corazones hacia el mal? Nuestro temor por ustedes es grande: tenemos miedo de que perezcan por causa de la dureza de corazón. ¡Oh, que sintieran un deseo hacia Dios! ¡Oh, que quisieran volverse a Jesús! ¡Oh, que Su gracia los curara de sus rebeliones por su dura cerviz! Pero no: los hombres escogen sus propios engaños; permanecen en sus pecados favoritos; perecen por suicidio. Como Saúl, cada incrédulo se desploma sobre su propia espada. "Te perdiste, oh Israel." Sin embargo, tú te deleitas en tu destrucción, y entras en alianza con lo que te devora. Tú eres un prisionero, pero acaricias tus ataduras; no ves, pues obstinadamente apagas las velas; no oyes, pues cierras tus propios oídos: estás muerto espiritualmente, pues has escogido la corrupción. Te has cerrado al amor por prejuicio, y soberbia y dureza de corazón. Ah, que una insensatez como esta sea conservada por alguien que frecuente esta casa de oración. ¿Es posible que sea tan insensato? Bendito sea el Señor porque muchos de ustedes tienen ojos para ver y oídos para oír. Todos ellos deben adorar a la gracia soberana que les ha otorgado estas bendiciones. Deben adorar al amor que ha vencido dulcemente su obstinada voluntad, llevando cautiva su cautividad, y dándoles a sentir y a conocer y a probar de las cosas espirituales. No es para ustedes la gloria, sino únicamente para el Señor. Para aquellos que no conocen al Señor, hay vergüenza y confusión; pero para quienes le han conocido, no hay autoglorificación; pues, como dijo el sabio: "El oído que oye, y el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho Jehová." Ser ciegos de corazón es nuestro pecado; pero ser conducidos a ver, es la dádiva de la gracia. Nuestro abatimiento es producto de nuestro propio trabajo, pero nuestra salvación es del Señor.  Ellos hicieron todo esto a un lado: no querían tener a Dios, y, por tanto, no podían tener prosperidad. Caminaron en dirección contraria a Él; no quisieron obedecerle, y, por eso, Su ira humeó en contra suya. Piensen, además, cuán glorioso destino hicieron a un lado. Si hubiesen estado a la altura de la ocasión, por la gracia de Dios podrían haber sido una nación de reyes y sacerdotes, podrían haber sido los misioneros del Señor enviados a todas las tierras, los portadores de la luz a todos los pueblos. Todo arreglo fue hecho para capacitarlos para que vivieran una vida piadosa, santa, gozosa y santificada. Se nutrían del alimento de los ángeles, y habrían podido vivir vidas de ángeles, actuando como heraldos, para proclamar a los demás las maravillas que Dios había obrado en ellos. Ay, no pudieron ver la grandeza moral de un llamamiento tan alto, y pensaron más en comer de la carne que en honrar al Señor y a la enseñanza de Su ley.

Me gustaría decirles a algunos de ustedes que Dios ha estado colocando ante ustedes una puerta abierta, y, sin embargo, no le han entendido ni le han amado. Él quisiera convertirlos en santos, y ustedes se contentan con ser buscadores de dinero. Ay, sus ojos serán abiertos un día, en otro sentido. "El rico… vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno." ¿Quién era ese? Ese era un judío del tipo que he descrito, que tenía todo en esta vida, que se vestía de púrpura, y pasaba suntuosamente cada día, pero que no tenía un corazón para entender ni ojos para ver. "Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos." Oh, personas que me escuchan, los tormentos del infierno abrirán los ojos de ustedes. ¿Acaso esperarán hasta entonces? Oh, ustedes impíos, entonces es cuando reflexionarán. Le pido a Dios que tengan el suficiente sentido para pensar ahora, mientras pensar sea de utilidad para ustedes. Si hay un cielo, búsquenlo; si hay un infierno, escapen de él; si hay un Dios, ámenlo; si hay un Cristo, confíen en Él; si hay pecado, busquen ser lavados de ese pecado; si hay perdón, no descansen hasta tenerlo. ¡Oh, no se mofen de su Salvador! ¡No hagan un pasatiempo de las realidades eternas! Sean sinceros en cuanto a esto, y sinceros de inmediato. Si van a hacerle al tonto, traten a la ligera algo menos precioso que sus almas. Consigan juguetes menos caros que sus propios destinos inmortales.

 ¿"Quién ha creído a nuestro anuncio? 
Oh, que Dios bendijera esta palabra para ustedes que son negligentes, para que sintieran de inmediato que no sienten como deberían, y comenzaran a clamar a Dios para que les dé sentimiento; para que vean que no ven, y comiencen a clamar: "Señor, abre mis ojos"; para que puedan oír una voz esta mañana que les haga sentir que no oyen como deberían oír, y por tanto, que deben clamar a Dios que les dé oído". Recuerden que la vida espiritual es únicamente de Dios. Es Su don, y no es concedido de acuerdo a mérito, sino que es dado por pura gracia a los indignos. Búsquenlo y lo tendrán, pues así está escrito: "Todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá." ¿Acaso rechazarán otra vez sus oídos el lenguaje de Su gracia? ¿Irán todavía a su granja o a sus mercancías, a su trabajo y a su diversión, y rechazarán la voz que los llama a la gloria y a la inmortalidad? ¿Pisotearán el amor sangrante de Jesús? Oh, entonces, ¿qué haré, y a quién me volveré? ¿Debo regresar a mi Señor, lamentándome como Isaías: "Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?" Señor, manifiesta Tu brazo, y, entonces, creerán Tu anuncio. Amén y Amén. 

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