INVITADO ESPECIAL
EL PRÍNCIPE DE LOS PREDICADORES
1834-1892
|
"Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para
entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír." Deuteronomio 29: 4.
Resumen del sermón
predicado por:
Charles Haddon Spurgeon
Charles Haddon Spurgeon
¡Entendimiento, vista, oído! Cuán maravillosas son estas cosas. Si
pudiésemos existir sin ellas, qué desdichada sería nuestra condición. El mundo
exterior sería desconocido para nosotros, si las puertas de los sentidos
estuvieran cerradas. El alma perecería de hambre, como le sucedió a Samaria
cuando fue bien cerrada y nadie entraba ni salía. La pérdida de la vista o del
oído crea entre nosotros un gran número de sufridores que merecen nuestra
simpatía, pero ¿qué llanto bastaría para aquellas personas -si existiese en verdad
ese tipo de personas- que no tuvieran físicamente un corazón para percibir, ni
ojos para ver, ni oídos para oír?
LA HUMANIDAD DE HOY |
Ahora transfieran sus pensamientos, desde esos sentidos externos, por medio de
los cuales nos volvemos conscientes del mundo externo, hacia aquellos sentidos
espirituales, a través de los cuales percibimos el mundo espiritual, el reino
de los cielos, el Señor de ese reino y todos los poderes del mundo
venidero.
Hay un corazón que debiera ser tierno, que nos permitiría percibir la presencia
de Dios y sentir Sus operaciones, e incluso contemplar al Señor mismo, según
está escrito, "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a
Dios." Hay un ojo espiritual, por medio del cual son discernidas las cosas
espirituales. Bienaventurados son aquellos, a quienes el Señor les ha concedido
ver aquellas cosas de Su reino que, para quienes no son regenerados, permanecen
ocultas en parábolas. Hay un oído espiritual por medio del cual oímos los
apacibles susurros del Espíritu, que frecuentemente nos visitan internamente,
sin la intermediación de los sonidos que pudieran afectar al oído.
Bienaventurados son aquellos que tienen el oído que el Señor ha purificado, y
ha limpiado y ha abierto de forma que escucha el llamado divino.
Pero no hay bienaventuranza en el caso de hombres desprovistos de sensibilidad
espiritual, de vista y de oído. La suya es una condición miserable. Justo lo
que el ciego, y el sordo, y el hombre que está desprovisto de sentimiento son
en el mundo exterior, eso son muchos hombres en cuanto al mundo
espiritual. Este es un caso muy, muy funesto; pero, tal vez, su aspecto más
lamentable sea que las personas que están así desprovistas de los sentidos
espirituales por medio de los cuales pudieran conversar con el mejor y más
excelso mundo, no están conscientes de su incapacidad, o, si estuvieran
parcialmente conscientes de ella, parecerían estar estúpidamente contentos de
permanecer siendo lo que son. El hombre naturalmente ciego querría ver si pudiera; pero, ¿qué diré de
aquellos cuya incapacidad para ver espiritualmente es obstinada, y está ubicada
principalmente en su voluntad, más que en cualquier otra parte? El hombre que
no puede oír la voz de su semejante, se regocijaría grandemente si las puertas
del sonido se abrieran alguna vez para él; pero no hay nadie tan sordo como
aquellos que no quieren oír, cuya sordera es moral, cuya incapacidad de oír la
voz de Dios radica en este hecho: que deliberadamente cierran sus oídos a la
voz de la santa exhortación. Están lo suficientemente listos para oír los
cantos de sirena de la tentación, e inclinan un oído dispuesto al sutil engaño
de la serpiente, pero no quieren poner atención a la tierna y amorosa sabiduría
del buen Pastor. Están prestos a oír el mal, pero son sordos para lo bueno.
Esta es la parte triste de todo esto: son ciegos, y no quieren ver; son sordos,
y no desean oír. Nuestro poeta dice:
"Cuán indefensa yace la culpable naturaleza, Inconsciente de su
carga."
En esta inconsciencia radica el corazón del mal. El hombre impotente está
inconsciente de su propia impotencia. Debido a que afirman: "Nosotros
vemos", su pecado permanece. Si fueran ciegos y lo supieran, sería otra
cosa, y, entonces, serían visibles algunos signos de esperanza; pero ser ciegos
y, sin embargo, jactarse de poseer una vista superior y ridiculizar a aquellos
que ven, es la lamentable condición de no pocas personas. No quieren
agradecernos por nuestra piedad, a pesar de que la necesitan mucho. Tienen
ojos, mas no ven, y, sin embargo, se glorían de su capacidad de visión.
CEGUERA ESPIRITUAL |
Multitudes en derredor nuestro están en esta condición. Cuando el profeta dice:
"Sacad al pueblo ciego que tiene ojos", sólo podríamos preguntarnos
dónde los pondríamos a todos si estuvieran dispuestos a reunirse en un solo
lugar.
"Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni
ojos para ver, ni oídos para oír." Moisés no excusa, pero, sin embargo,
reprende suavemente. No habla con la áspera severidad de Isaías cuando clamó en
el nombre del Señor: 9. Y El
dijo: "Ve, y dile a este pueblo: 'Escuchen bien, pero no entiendan; Miren
bien, pero no comprendan.' 10. Haz
insensible el corazón de este pueblo, Endurece sus oídos, Y nubla sus ojos, No
sea que vea con sus ojos, Y oiga con sus oídos, Y entienda con su corazón, Y se
arrepienta y sea curado." Isaias 6:9-10. Y
qué lamentable espectáculo es el hombre educado de este mundo que es instruido
en toda la sabiduría de los antiguos, y versado en toda la ciencia de los
modernos; el que ha espiado en las cámaras secretas del conocimiento, y ha
observado la habilidad del Eterno en los cielos estrellados y en la vida
microscópica; y, sin embargo, a pesar de todos sus logros, no tiene ningún
conocimiento de su Hacedor, y no quiere aceptar la evidencia de Su presencia.
Cuán triste es que tengamos que decir a esas personas: "Sí, tú conoces
todos los hechos, y, sin embargo, no puedes ver bajo su superficie; permites
que el prejuicio ciegue tus ojos a la sencilla enseñanza de la creación y de la
Providencia. Caminas a lo largo del estudio y admiras los cuadros, y niegas la
existencia del artista, mientas que si fueses íntegro, creerías en el artista
por sus obras, y luego procederías a descifrar su carácter a partir de ellas. "Ay, hasta hoy no tienes un corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos
para oír." Bien habló el apóstol cuando dijo: "Pues mirad, hermanos,
vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos
poderosos." A menudo aquellos que saben más sobre lo secular, saben menos
de lo sagrado. Ojos que parecieran ver como si atravesasen las rocas, y leyeran
los misterios de la prístina noche, resultan ser meros globos oculares en
cuanto a las cosas divinas. Sin embargo, no lo saben, y ni siquiera adivinan su
necedad. Cuán triste es que haya tantas personas que son rápidas en el
razonamiento e inclinadas a la invención, pero que no puedan ver que lo visible
argumenta a favor de un Creador invisible, y que los arreglos providenciales
demuestran que un Grandioso Padre está sobre todo. Veamos un ejemplo palpable en la vida del escritor y periodista británico-estadounidense Christopher Hitchens: Nacido en Portsmouth (sur de Inglaterra) el 13 de abril de 1949, que hizo del ateísmo una forma de vida con libros como "Dios no existe" y "Dios no es bueno", falleció en Houston (EEUU) de un cáncer a los 62 años. Hitchens procedía de una familia modesta interesada en la educación, a tal punto que su madre decidió ingresarlo en un colegio privado para que diera el salto a la alta sociedad británica. Así, Hitchens estudió Filosofía, Ciencias Políticas y Economía en el Balliol College de Oxford, y se mezcló en el ambiente intelectual y la izquierda radical de la Inglaterra de los 70.
Christopher Hitchens |
Hitchens es visto hoy como uno de los intelectuales más influyentes de los últimos treinta años por sus críticas contra Henry Kissinger o la Madre Teresa, a la que consideraba una proselitista de una versión retrógrada del catolicismo.
Mis queridos lectores,
sean honestos con ustedes mismos y respondan. Nacidos de padres piadosos,
seleccionados para ser cuidadosamente instruidos en las cosas de Dios, asisten
a un fiel ministerio desde su juventud hasta ahora, leen su Biblia, y son
completamente versados en sus contenidos, y, sin embargo, después de todo, no
tienen ningún sentimiento piadoso ni entendimiento de gracia. Lamento que
tengan tales privilegios, y, sin embargo, permanezcan siendo extraños en cuanto
a la salvación. ¿Será así para siempre? ¿Se dirá siempre de ustedes:
"Hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver,
ni oídos para oír"? Nos vamos a apresurar ahora para pasar unos cuantos
minutos en un descenso a una profundidad todavía mayor. Debemos notar LAS
LAMENTABLES RAZONES PARA TODO ESTO. Las razones de su incapacidad para ver y
entender, radican, primero, en el hecho de que este pueblo no creyó nunca
en su propia ceguera. No tenían un corazón para entender, y no percibían su
ausencia de entendimiento: no tenían ojos con los que pudieran detectar su
propia cortedad de visión. Eran tan necios como para idolatrar su propia
sabiduría, tan pobres como para pensar que eran más listos que su Dios, y así
se sentaban a juzgar Su providencia, y calificaban la provisión de Su sabiduría
como "pan muy liviano".
En el caso de Israel había un claro
rechazo a ser bendecido: "Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me
quiso a mí." No había una oración pidiendo la bendición celestial, sino
más bien había una aversión a ella. "No tenéis lo que deseáis, porque no
pedís." "No saben, no entienden, andan en tinieblas." Con
justicia son dejados en las tinieblas aquellos que no le piden a Dios que les
dé luz, o que abra sus ojos. ¿No es este el caso de algunos de ustedes? Oh, mis lectores, he de ser claro y
personal con ustedes: ¿no es cierto que algunos de ustedes permanecen sin
oración, sin Cristo y sin gracia? ¿Qué será de ustedes? Su caso ha de
lamentarse más porque ustedes no tienen excusa. Oh, pecadores que no aman
a Dios, ¿acaso no es porque ustedes aman lo que es malo? Oh, ustedes que nunca
le ven ni le buscan, ¿no ha de ser encontrada la causa de su ceguera en su amor
al pecado? "Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz." ¿Qué
habrán de responder por esta obstinación suya, por esta desesperada inclinación
de sus corazones hacia el mal? Nuestro temor por ustedes es grande: tenemos
miedo de que perezcan por causa de la dureza de corazón. ¡Oh, que sintieran un
deseo hacia Dios! ¡Oh, que quisieran volverse a Jesús! ¡Oh, que Su gracia los
curara de sus rebeliones por su dura cerviz! Pero no: los hombres escogen
sus propios engaños; permanecen en sus pecados favoritos; perecen por suicidio.
Como Saúl, cada incrédulo se desploma sobre su propia espada. "Te
perdiste, oh Israel." Sin embargo, tú te deleitas en tu destrucción, y
entras en alianza con lo que te devora. Tú eres un prisionero, pero acaricias
tus ataduras; no ves, pues obstinadamente apagas las velas; no oyes, pues
cierras tus propios oídos: estás muerto espiritualmente, pues has escogido la
corrupción. Te has cerrado al amor por prejuicio, y soberbia y dureza de
corazón. Ah, que una insensatez como esta sea conservada por alguien que frecuente esta
casa de oración. ¿Es posible que sea tan insensato? Bendito sea el Señor porque
muchos de ustedes tienen ojos para ver y oídos para oír. Todos ellos deben
adorar a la gracia soberana que les ha otorgado estas bendiciones. Deben adorar
al amor que ha vencido dulcemente su obstinada voluntad, llevando cautiva su
cautividad, y dándoles a sentir y a conocer y a probar de las cosas
espirituales. No es para ustedes la gloria, sino únicamente para el Señor. Para
aquellos que no conocen al Señor, hay vergüenza y confusión; pero para quienes
le han conocido, no hay autoglorificación; pues, como dijo el sabio: "El
oído que oye, y el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho Jehová."
Ser ciegos de corazón es nuestro pecado; pero ser conducidos a ver, es la
dádiva de la gracia. Nuestro abatimiento es producto de nuestro propio trabajo,
pero nuestra salvación es del Señor. Ellos hicieron todo esto a un lado:
no querían tener a Dios, y, por tanto, no podían tener prosperidad. Caminaron
en dirección contraria a Él; no quisieron obedecerle, y, por eso, Su ira humeó
en contra suya. Piensen, además, cuán glorioso destino hicieron a un lado. Si hubiesen
estado a la altura de la ocasión, por la gracia de Dios podrían haber sido una
nación de reyes y sacerdotes, podrían haber sido los misioneros del Señor
enviados a todas las tierras, los portadores de la luz a todos los pueblos.
Todo arreglo fue hecho para capacitarlos para que vivieran una vida piadosa,
santa, gozosa y santificada. Se nutrían del alimento de los ángeles, y habrían
podido vivir vidas de ángeles, actuando como heraldos, para proclamar a los
demás las maravillas que Dios había obrado en ellos. Ay, no pudieron ver la
grandeza moral de un llamamiento tan alto, y pensaron más en comer de la carne
que en honrar al Señor y a la enseñanza de Su ley.
Me gustaría decirles a algunos de ustedes que Dios ha estado colocando ante
ustedes una puerta abierta, y, sin embargo, no le han entendido ni le han
amado. Él quisiera convertirlos en santos, y ustedes se contentan con ser
buscadores de dinero. Ay, sus ojos serán abiertos un día, en otro sentido.
"El rico… vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno." ¿Quién era
ese? Ese era un judío del tipo que he descrito, que tenía todo en esta vida,
que se vestía de púrpura, y pasaba suntuosamente cada día, pero que no tenía un
corazón para entender ni ojos para ver. "Y en el Hades alzó sus ojos,
estando en tormentos." Oh, personas que me escuchan, los tormentos del infierno abrirán los ojos de
ustedes. ¿Acaso esperarán hasta entonces? Oh, ustedes impíos, entonces es
cuando reflexionarán. Le pido a Dios que tengan el suficiente sentido para
pensar ahora, mientras pensar sea de utilidad para ustedes. Si hay un cielo,
búsquenlo; si hay un infierno, escapen de él; si hay un Dios, ámenlo; si hay un
Cristo, confíen en Él; si hay pecado, busquen ser lavados de ese pecado; si hay
perdón, no descansen hasta tenerlo. ¡Oh, no se mofen de su Salvador! ¡No hagan
un pasatiempo de las realidades eternas! Sean sinceros en cuanto a esto, y
sinceros de inmediato. Si van a hacerle al tonto, traten a la ligera algo menos
precioso que sus almas. Consigan juguetes menos caros que sus propios destinos
inmortales.
¿"Quién ha creído a nuestro anuncio? |
Oh, que Dios bendijera esta palabra para ustedes que son negligentes, para que
sintieran de inmediato que no sienten como deberían, y comenzaran a clamar a
Dios para que les dé sentimiento; para que vean que no ven, y comiencen a
clamar: "Señor, abre mis ojos"; para que puedan oír una voz esta
mañana que les haga sentir que no oyen como deberían oír, y por tanto, que
deben clamar a Dios que les dé oído". Recuerden que la vida espiritual es
únicamente de Dios. Es Su don, y no es concedido de acuerdo a mérito, sino que
es dado por pura gracia a los indignos. Búsquenlo y lo tendrán, pues así está
escrito: "Todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que
llama, se le abrirá." ¿Acaso rechazarán otra vez sus oídos el lenguaje de Su gracia? ¿Irán todavía a
su granja o a sus mercancías, a su trabajo y a su diversión, y rechazarán la
voz que los llama a la gloria y a la inmortalidad? ¿Pisotearán el amor
sangrante de Jesús? Oh, entonces, ¿qué haré, y a quién me volveré? ¿Debo regresar
a mi Señor, lamentándome como Isaías: "Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y
sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?" Señor, manifiesta Tu
brazo, y, entonces, creerán Tu anuncio. Amén y Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario