01 mayo 2019

EL ORGULLO SEPULTA LA PERSONALIDAD

·                     Módulo II. Corazon evolución de la conciencia

Por Carlos A Venegas M. Ps.
Empecemos en diferenciar tener orgullo o estar orgulloso. Evidentemente todos hemos usado en alguna ocasión ambas expresiones. Las personas que tienen orgullo propio, lo definen como ‘amor propio’, como un arma o caparazón poderoso que sólo sirve para “protegerse” ante las circunstancias que nos molesta y que en ocasiones no nos permite avanzar. Sin embargo la gran mayoría de personas creen que el amor propio es sentirse únicos y maravillosos y por tanto los mejores del mundo y que nadie es mucho mejor que ellos, que difícilmente se equivoca, realmente es una máscara de la soberbia. Sin embargo, estar orgulloso de mí o de alguien, significa algo completamente distinto, y es algo completamente sano, puesto que aquí se trata de reconocer lo que hemos hecho para beneficiar a los demás y por ende la capacidad de amar ya que todas las personas somos valiosas para el Señor. “CUANDO EL ORGULLO COMIENZA, EL AMOR MUERE.” Por lo tanto tu personalidad es afectada hasta llegar a sepultarla.

Si hay una emoción primaria tan poderosamente autodestructiva, esa es el orgullo. Ronda por sus anchas en las empresas, en las relaciones personales y por supuesto en la pareja que no se basan en el amor, por lo general los lleva a la separación. Tiene su lado de apariencia amable, pero cuidado, su cara negativa soberbia” resulta muy destructiva. Para los expertos en psicología de la personalidad todos deberíamos poder desarrollar un sentido saludable de sentirnos orgullosos por haber logrado algo para bien de los demás pero cuando aflora el orgullo por lo que somos YO estamos en el lado oscuro de nuestra personalidad. Lo sano es la forma de respetarnos a nosotros mismos y entender que a su vez respetamos a los demás. "amarás a tu prójimo como a ti mismo", esencialmente nos está diciendo que tratemos a otras personas, así como nos tratamos a nosotros mismos. Ahora bien, lo que ya no es tan adecuado es cuando se transforma en sentimiento, haciéndose permanente en nuestros pensamientos, esa experiencia subjetiva se transforma en soberbia. Donde alguien acaba aplicando una autoestima desmedida, engañosa y destructiva. Donde situarnos por encima de los demás para sobrepasar el límite del respeto, controlar y dominar a su antojo es desplegar la más venenosa arrogancia donde  la rebelión flórese. 
“Nuestro carácter nos hace meternos en problemas, pero es nuestro orgullo el que nos mantiene en ellos”.
El orgullo es visto como vanidad, arrogancia, exceso de estima por uno mismo, siendo en ocasiones disimulable por nacer aparentemente de causas nobles y virtuosas aunque, como todos sabemos, esto último no suele ser así. Una persona orgullosa tiene por delante primero su persona, después su persona también y por último su persona espera es recibir y no dar o servir.
Desde el punto de vista de la psicología, una persona orgullosa es aquella que utiliza habitualmente una ‘capa protectora’ para tapar o enmascarar sentimientos de inferioridad que siente en realidad con respecto a sí misma o con respecto a la relación que tiene con otra persona. Se puede ver como un trastorno de personalidad es un tipo de trastorno mental en el cual tiene un patrón de pensamiento, desempeño y comportamiento marcado y poco saludable llamado orgullo. Lo cierto es que una persona con trastorno de personalidad tiene problemas para percibir y relacionarse con las situaciones y las personas. Algunas personas lo manifiestan cuando sienten temor o miedo de alguna situación, piensan que se están protegiendo. Pero lo hacen para hacer frente al miedo y las consecuencias que temen de sufrir de una situación o acción.

Origen
De algún modo, que históricamente e incluso desde un punto de vista doctrinal se vea el orgullo como uno de los pecados más perversos, tiene su lógica. Pensemos en ello, todos hemos sido repelidos por ese tipo de personas que tienen una visión exagerada de sí mismas. De quien solo habla de sus logros, de quien se dan ese realce tan dañino, incitan a dividir y a la sublevación. “El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir”. El orgullo, la arrogancia y la soberbia, se definen en un sólo, espíritu, cuyo nombre es Leviatán. Este espíritu es la raíz de todos los pecados, debido a que fue el pecado que llevó a Satanás a rebelarse en contra de Dios. Una persona que camina con orgullo, puede caer en cualquier pecado.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” (Mateo 5:3). Los “pobres de espíritu” son aquellos que reconocen su total bancarrota espiritual y su inhabilidad para venir a Dios aparte de Su divina gracia. Los orgullosos, por otra parte, están tan cegados por su soberbia, que piensan que no tienen necesidad de Dios o aún peor, que Dios debe aceptarlos como son, porque ellos merecen ser aceptados. 

El orgullo como mecanismo de defensa
Este hecho es curioso. En muchos casos se trata de personas que esconden de manera inconsciente ciertos hechos o sucesos que en algún momento, les generó un tipo de inseguridad. Pueden ser errores cometidos o a desprecios sufridos en por parte de los demás en el pasado, desde su crianza. De este modo, lo que hacen muy a menudo es utilizar el orgullo como un arma de defensa, resaltando sus logros y éxitos sobre los demás con la finalidad de que estos no descubran las debilidades o puntos flacos que aún conservan. El orgullo es como un escudo o una coraza que sirve para enmascarar el sentimiento de inferioridad. Carl Jung lo expresaba diciendo que “a través del orgullo nos engañamos a nosotros mismos”, haciendo referencia al papel del autoengaño como medio de protección contra el miedo a reconocer los propios errores y sus consecuencias. Son hipersensibles, todo les molesta y les ofende No les hables de tus logros porque critican, no comentes con ellos tus preocupaciones, tus metas o los objetivos que estás a punto de conseguir. La persona orgullosa reinterpretará cualquier acto para asumirlo como un ataque directo a su ego. Aún más, toda cualidad que te defina la verá como una clara amenaza contra su persona, de ahí que no dude en verte como un rival y sentirse ofendido por todo lo que hagas o digas. “Si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo”. -Dante Alighieri-

Necesidad de control
Este tipo de perfil necesita asumir el control en todo escenario para poder así validar su orgullo, les cuesta trabajar en equipo y son tiranos cuando ejercen autoridad. A nivel familiar este tipo de conducta puede llegar a ser muy destructiva. La persona orgullosa exige ese tipo de veneración absoluta donde no se le puede llevar la contraria, donde nadie puede estar por encima de él o ella y aún menos destacar en algún aspecto. Toda oportunidad es buena para sacarse brillo resaltándose en manipular. Debemos por tanto no llegar nunca hasta estos territorios. Lo mejor es cuidar las fronteras, reconocer nuestras vulnerabilidades, nuestros errores y evitar que el orgullo más nocivo asuma el control. Porque cuando esto ocurre, se pierde la razón y la dignidad (y a las personas que queremos). La palabra perdón o el hecho de reconocer “una aparente debilidad” se le atraganta. Y desde ahí, va aguantando los días y es incapaz de ceder. Por eso, esta actitud arrogante los hace pagar un precio elevado: la soledad. Pero la buena noticia es que se puede salir de ello.
Tener confianza en nosotros mismos ayuda, eso es bueno. Pero si hay exceso de confianza nos lleva a no enfrentar la situación con inteligencia. Nunca viene mal que nos paremos a pensar si quizá nos estamos pudiendo equivocar en una situación. Dejar un margen de error en nuestros actos con respecto a otras personas, nos permitirá acercarnos a ellas y conseguir, por qué no, aquello que tanto deseamos pero que no hemos conseguido con anterioridad. Un exceso de confianza tampoco es positivo, puesto que nadie es perfecto y todos al fin y al cabo cometemos errores. El orgullo puede alejarte de conseguir tus metas. La gran mentira o engaño que cree es que son los demás los que se equivocan, tienen que cambiar y que por tanto ellos nada tienen que hacer, sólo protegerse para que los errores de los demás no les hagan daño. Es ahí por tanto, donde se quedan bloqueadas y no avanzan en ninguna dirección. Sólo en colocarse su armadura carnal, llevando peso encima, y quizá sentirse mal porque las cosas no han sido como esperaban porque el otro no ha cambiado como a él le gustaría.

Lo primero que tenemos que preguntarnos: ¿cuál es nuestro objetivo vital, tener la razón o ser felices? Si nos obcecamos por lo primero, podremos quedarnos solos demostrando una y otra vez que el resto del mundo es el responsable de lo que nos duele. Pero desde ahí, no se avanza y encima, nos quedamos peor. Por ello, no es una decisión precisamente práctica. La mejor inteligencia es aquella que nos ayuda a tomar decisiones adecuadas y a veces, es preferible pasar un momento en el que te escuece una palabra (como pedir perdón o reconocer un error) que tirarte los días aguantando por orgullo. O segundo y lo más importante, necesitamos honestidad profunda. Detrás de los arranques de orgullo que nos daña, hemos de reconocer que lo que hay es dolor o miedo, miedo a sentirnos solos, al rechazo o a la crítica. Desde la sinceridad crecemos y podemos avanzar. Hablar en términos de orgullo nos distancia aún más de los otros y de nosotros mismos. Cuando reconocemos que algo nos duele y no soltamos lo primero que nos dicta el orgullo, podemos entablar una conversación sincera con el otro y con uno mismo.
¿Y qué hacer cuando la persona que tenemos enfrente hace gala del orgullo en su peor faceta? Una vez más, necesitamos cambiar el punto de vista. Si en vez de contemplarle desde esa respuesta exagerada, comprendemos que es una persona que está herida y que no tiene mejores recursos, podremos entablar una conversación más honesta. Pero si el otro se niega a ello porque el orgullo le puede, lo mejor es que sea el tiempo quien le ayude a entrar en razón.
En definitiva, todas las emociones tienen un por qué. Las explicaciones de Guy Winch, en un artículo publicado en Psychology Today, sobre las extremas dificultades que algunas personas presentan a la hora de pedir disculpas. G. Winch dice que aunque pedir perdón es una de las primeras cosas que se nos enseña de niños, algunos adultos se niegan a pedir perdón, incluso cuando están equivocados. Decir “lo siento” parece ser una de las frases más difíciles de verbalizar. Generalmente se suele interpretar este tipo de reacción como una forma de orgullo o de terquedad, sin embargo, esta incapacidad a menudo esconde motivos más profundos. Cuando una persona muestra dificultades en pedir perdón o en reconocer su parte de error o de responsabilidad en una dinámica relacional, lo que ocurre es que en realidad está desplegando una serie de esfuerzos para proteger una frágil percepción de su propio “Yo”. Para la mayoría de las personas, pedir perdón está asociado a sentimientos de culpabilidad. Sin embargo, para las personas con un Yo frágil, el hecho de disculparse va ligado a sentimientos de vergüenza. Es decir que la culpabilidad nos hace sentir mal respecto a nuestras acciones, la vergüenza nos hace sentir mal respecto a nuestra identidad, lo que convierte la vergüenza en una emoción mucho más toxica que la culpabilidad. Lo cierto es que todo está en nuestra mente y mientras no la renovemos no va a cambiar nuestra manera de pensar. 

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