Enfermeras, médicos, personal de limpieza,
laboratoristas y muchas personas más trabajan largas jornadas en hospitales y
clínicas poniendo en riesgo su propia vida y la de sus seres queridos; algunos
de ellos han mostrado los estragos físicos. Se dio a conocer la triste noticia del suicidio de
una enfermera de acuerdo con un comunicado emitido este 24 de marzo
por la Federación Nacional de Ordenanza de Profesionales de Enfermería (FNOPI)
en su página oficial, la enfermera Daniela Trezzi de 34 años, se
quitó la vida tras ser diagnosticada con coronavirus el día 10 de
marzo. El mismo documento explica que Daniela llevaba alrededor de mes y medio
-desde que la epidemia azotó a Italia- trabajando en terapia intensiva del
hospital San Gerardo de Monza, esta situación la tenía bajo cansancio
extremo y estrés que se agudizó cuando los síntomas del Covid-19 comenzaron
en ella.
El doctor Alexander Shulepov, de 37 años, se
encuentra en estado crítico con una fractura de cráneo en un hospital de la
región de Voronezh, a 500 kilómetros al sur de Moscú, después de caer desde una
ventana el pasado 2 de mayo. Es el tercer médico ruso que cae desde una ventana
en menos dos semanas. Sus compañeros apuntan a un intento de suicidio. Lo mismo
ocurre con los dos sanitarios anteriores, que han muerto por sus heridas. A
medida que avanza el coronavirus, la presión sobre los sanitarios es mayor.
Alrededor de 100 médicos y 250 paramédicos en la región de Kaliningrado se niegan
a trabajar ante la propagación de la infección por coronavirus, informa RIA
Novosti.
A la hora de identificar correctamente los
factores que pueden aumentar o disminuir el nivel de riesgo de la causa
suicida, siempre ha sido de gran interés atender a la estrecha relación que
guardan con dicha conducta. Hay que tener en cuenta que este nivel aumenta
proporcionalmente al número de factores manifiestos y que algunos presentan un
mayor peso específico que otros. Conocerlos y estudiar su relevancia puede ser
determinante a la hora de comprender los problemas que rodean a cada colectivo.
Desafortunadamente para los médicos internos, su
profesión constituye un importante riesgo añadido a padecer una muerte por
suicidio. Según la American Foundation for Suicide Prevention (AFSP) cada año
se suicidan un promedio de 400 médicos de ambos sexos en Estados Unidos, lo que
equivale en números absolutos a toda una facultad de medicina. Los estudios
realizados por la AFSP en el año 2002 confirman que los médicos murieron
por suicidio más frecuentemente que otras personas de su misma edad,
género de la población general y de otras profesiones. De media, la muerte por
suicidio es 70% más frecuente entre médicos varones que en otros profesionales,
y 250% a 400% mayor entre las médicas. A diferencia de otras poblaciones, en
los que los hombres se suicidan cuatro veces más a menudo que las mujeres, los
médicos tienen una tasa de suicidio que es muy parecida entre hombres y
mujeres.
Tras elaborarse un documento de consenso entre
expertos para evaluar el estado del conocimiento de la depresión y las muertes
por suicidio entre médicos, se concluyó que la cultura tradicional de la
medicina sitúa la salud mental del médico como una escasa prioridad a
pesar de la evidencia de que presentan una elevada prevalencia
de trastornos del estado de ánimo no adecuadamente tratados. Las
barreras para que los médicos busquen ayuda son, usualmente, el temor al
estigma social y a comprometer su carrera profesional, por lo que la
posponen hasta que el trastorno mental se ha cronificado y complicado con otras
patologías.
En esta pandemia, el personal médico que está en el
frente de batalla también enfrenta a otros enemigos. La Comisión Nacional
contra las Adicciones (Conadic), el Instituto Nacional de Psiquiatría, el
Hospital Fray Bernardino Álvarez y otras instituciones habilitaron una línea de
atención en salud mental exclusiva para ellos. Ante sus largas jornadas de trabajo y el
estrés en esta emergencia, médicos, enfermeras, anestesiólogos y trabajadores
sociales están más expuestos al tabaquismo, al consumo excesivo de alcohol y a
la automedicación.
Mientras que el "estrés" no se menciona específicamente en la biblia, las escrituras hablan de cosas tales como la ansiedad, preocupación y problemas, (cosas que a menudo se asocian con el estrés) y nos da respuestas claras sobre cómo debemos manejarlas. La forma natural como lidiamos con el estrés depende en gran parte de lo que somos. Para algunos, el estrés emocional provoca enfermedades físicas. Otros podrían convertirse en hiper-productivos. Por otro lado, algunas personas bajo estrés se desconectan mental y emocionalmente. Y, por supuesto, hay un sinnúmero de otras respuestas. El estrés es una experiencia humana común, particularmente en un mundo donde las exigencias de nuestro tiempo y atención parecen ser interminables. Nuestros trabajos, salud, familia, amigos, pueden abrumarnos. La solución definitiva para el estrés es rendir nuestras vidas a Dios y pedir Su sabiduría en cuanto a las prioridades, así como su empoderamiento para hacer las cosas a las que Él nos ha llamado. Él siempre da lo suficiente, por lo que no necesitamos ser derrotados por el estrés. Cuando enfrentamos una dificultad o prueba. Santiago 1:2-4 aconseja, "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna". Cuando enfrentamos dificultades, podemos sucumbir ante el estrés, o podemos verlo como un medio por el cual Dios puede fortalecer nuestra fe y moldear nuestro carácter (romanos 5:3-5; 8:28-29). Cuando redireccionamos nuestro enfoque en Dios, encontramos consuelo en nuestras tristezas y fortaleza para soportar (2 Corintios 1:3-4; 12:9-10). No importa la clase de estrés en nuestra vida, el punto de partida para manejarlo es Jesucristo. Jesús nos alienta grandemente en Juan 14:1: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí". Necesitamos de Cristo desesperadamente en nuestras vidas. Lo necesitamos porque Él es el único que puede darnos la fortaleza para afrontar los problemas en nuestras vidas. Creer en Él no significa que tendremos una vida sin problemas o que no estaremos abrumados por el estrés en nuestras vidas. Simplemente significa que una vida sin Jesucristo hace que el estrés sea una tarea imposible y a menudo extenuante. El creer nos conduce a la confianza. Proverbios 3:5-6 nos dice "Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas". Apoyarnos en "nuestra propia prudencia" a menudo significa adoptar las formas que el mundo usa para aliviar el estrés; cosas como el alcohol, las drogas o el entretenimiento sin sentido. Por el contrario, debemos confiar en Su Palabra como nuestra guía definitiva para una vida sin estrés. David dice, "Busqué al Señor, y él me oyó, y me libró de todos mis temores" (Salmo 34:4). Todo tipo de estrés es una parte natural de la vida (Job 5:7; 14:1; 1 Pedro 4:12; 1 Corintios 10:13). Pero, la forma como lidiemos con el estrés, depende de nosotros.
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